9.11.05

¿Arde Amiens?


Amiens, la ciudad natal de mi madre, ha salido hoy en la tele española. Ni el Tour de France ni la catedral gótica ni Jules Verne (que vivió y trabajó muchos años en la ciudad) han tenido nada que ver con ello esta vez, por desgracia.

Ayer mismo, mientras mi madre hablaba por teléfono con su hermana Brigitte (que vive allí), se oyeron dos explosiones, varios disparos de armas de fuego y sirenas de policía y bomberos, por este orden.

Hay disturbios en Francia. Incluso en las ciudades relativamente pequeñas y prósperas, como Amiens. Recuerdo el ambiente de integración hace quince años, recuerdo el mercado, y me parece increíble.

Me he estado acordando de Fuga para una isla, de Christopher Priest. Muchos han acusado al autor de ser un racista por esta novela. En mi opinión, no lo es. Priest intenta que cada lector extraiga sus propias conclusiones, deja lugar a la interpretación. Y ésta puede ser muy variable. Le encanta jugar con la subjetividad del lector.

De todos modos, la realidad ha acabado dándole la razón, en lo básico. El futuro que imaginó se ve realmente cercano, terriblemente próximo.

Hace unos meses, a mi tía Brigitte, que vive en el corazón del antiguo barrio obrero, hoy convertido en barrio argelino, la atacaron salvajemente, en plena calle, unas mujeres musulmanas, golpeándola y llamándola "puta". ¿Por qué? Porque no llevaba pañuelo ni velo.

¡Toma integración!

¿Soy racista? No. Me limito a contar un hecho real.

Lo peor es que la extrema derecha francesa, que es muy fuerte, ganará posiciones con todo lo que está pasando. Alemania no era más racista que Francia cuando Hitler ascendió al poder. Huelo campos de concentración y deportaciones masivas, huelo guerra civil racial, me acuerdo de Fuga para una isla y me acojono.

También me acuerdo de El Ejido, hace cinco años. ¿Nada que ver? Yo creo que sí.

Entonces escribí un artículo sobre el tema. Me parece que sigue vigente (se ha demostrado, desde luego, la inutilidad de la Ley de Extranjería) y se puede aplicar hoy a los dirigentes del país vecino, aunque hay que reconocer que ningún gobierno europeo (excepto Holanda, quizá) se ha esforzado más que Francia por paliar los efectos del choque sociocultural provocado por la inmigración masiva de extranjeros de origen musulmán (con sonante dinero e ingentes recursos destinados a acción social, incluyendo a mi prima Sylvie, que acabó con depresión por los continuos desprecios de la gente a la que intentaba ayudar).

Aún así, los recursos destinados a solucionar este problema no han sido suficientes. El problema tenía tal dimensión que era sencillamente insoluble. A lo más que se podía aspirar, llegado el “punto sin retorno”, era a aliviar los síntomas. Pero en los últimos años, al parecer, los sucesivos gobiernos de derechas han descuidado el asunto, perdiéndose el difícil equilibrio que se venía manteniendo. Ahora todos los franceses (de cualquier origen, raza y religión) pagan las consecuencias. Ojalá que las paguen también los malos dirigentes en las urnas.

Que los políticos españoles vayan tomando nota.




ARRIBA Y ABAJO

Quizá el egoísmo sea una opción ética errónea... pero es la más popular, por más que tanto hipócrita la rechace. En el momento de la verdad, sólo los débiles o los imbéciles subordinan la propia supervivencia a la costumbre ética establecida, dice el egoísta extremo, el que sólo piensa en su propio bienestar.

El propio interés es el motivo vital natural en el ser humano. Un interés propio racional, bien entendido, forzosamente deriva en generosidad e interés por los demás. Como demostró Butler, es falsa la oposición entre egoísmo y altruísmo: un comportamiento de tipo “hedonista egoísta” puede resultar perjudicial para el individuo, tanto como centrarse en el propio bienestar sin consideración de los demás, pues si todos fuéramos egoístas hedonistas llegaríamos, como advertía Hobbes, a una “guerra de todos contra todos”; tan pronto como el interés propio se convierte en la regla suprema, pone en peligro su propio fin, la felicidad personal. Para mitigar este peligro, tenemos un Estado de derecho, unas leyes. Así, al menos, si no obramos moralmente, lo hacemos conforme al deber.

Si os fijáis, los problemas de El Ejido y de otras zonas de conflicto social tienen su raíz en un conflicto de intereses, en un ámbito social insuficientemente protegido por el Estado de derecho. Ha habido una clara negligencia política al no disponer los instrumentos necesarios para asegurar los derechos de todas las partes implicadas; sin un gobierno efectivo de la ley, aplicada con el mismo rigor para todos, es lógico que la situación haya derivado en violencia, tal como predijo Hobbes. El racismo, la xenofobia, no son los males primeros; son subproductos de ese gran mal que tiene su origen en la negligencia de los poderes públicos. Desde aquí, yo denuncio al Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales y a la Presidencia del Gobierno por no asegurar como es debido el bienestar de TODA la sociedad, sino sólo de una parte; al primero por no planificar correctamente sus acciones conforme a sus medios y a la segunda por escatimar los medios que el ministerio no exige como debería. Acuso a ambos de negligencia grave. Y los condeno como principales culpables de los desórdenes acaecidos últimamente.

No basta con apelar a las costumbres éticas de moda; hay que poner los medios para frenar a quienes pretendan poner su propio interés por encima de las leyes, y ello incluye nuevas leyes si se comprueba que las actuales se muestran ineficaces..., aunque dudo mucho que las leyes actuales se estén aplicando con la debida escrupulosidad. Habría que asegurarse de ello antes de precipitarse a la búsqueda de otras nuevas (Ley de Extranjería).

Jean Mallart, 13 de febrero de 2000.