5.11.08

Un chico de buena familia


Ayer, con la crisis en mente y sin saber aún el (esperado) resultado de las elecciones a la presidencia de los EE.UU. de América, recordé la historia de dos de mis bisabuelos, el padre de mi abuelo paterno y el padre de mi abuela materna. Homenajeando a Thomas Mann, suelo pensar en ellos como ur-Piñal y ur-Wasse.

La historia de ur-Piñal me enseña que no importa lo bien que te vaya, lo rico que seas, el poder que tengas... al final puedes perderlo todo (o casi) en un santiamén y caer en desgracia, prácticamente de un día para otro (sobre todo si te empeñas en que ocurra). Por el contrario, la historia de Ur-Wasse me enseña que no hay que rendirse. No importa lo mal que te haya ido, la fortuna que hayas dejado de poseer, que lo hayas perdido todo (o casi)... Mientras hay vida hay esperanza; puedes recuperarte y volver a ser feliz (si te empeñas en ello).

La historia de ur-Piñal la contaré otro día. Hoy me interesa contar la de ur-Wasse.

Robert Wasse nació en Doullens, unos 30 km al norte de Amiens, que es donde vio la luz mi madre. Para quien no lo sepa, en Amiens vivió Jules Verne, el famoso autor de novelas de aventuras y ciencia-ficción. Además, Amiens es famosa en Francia por su impresionante catedral gótica. Y cuando digo impresionante no lo digo por decir.

Pues bien, los padres de mi bisabuelo Wasse, o sea, ur-ur-Wasse y señora, eran gente de pasta. Comerciantes acomodados, poseían una cadena de tiendas de menaje y alimentación. A ur-ur-Wasse le gustaba decir que sólo era un humilde tendero, pero su mansión, su automóvil y las pieles de su señora decían otra cosa.

Entonces nació Robert y, pum, la primera en la frente: Madame Wasse murió en el parto.

Aunque sin madre, Robert fue criado en la abundancia, exquisitamente alimentado, nunca le faltó un juguete y tuvo una educación estupenda. Ur-ur Wasse tuvo el buen sentido de no culpar a su hijo por lo ocurrido: lo quiso y se ocupó bien de él.

Aquí vemos a Robert, hacia 1900, con dos de sus juguetes favoritos:


Cuando Robert tuvo edad para trabajar, su padre le colocó en una de sus tiendas. La idea es que el chaval conociera el negocio antes de heredarlo algún día. En aquel momento parecía lo mejor. Aprendió a trabajar duro, y las perspectivas de futuro dentro de la empresa familiar eran halagüeñas.

Entonces a un serbobosnio de los cojones se le fue la mano (negra) y empezó la Primera Guerra Mundial. Y el joven Robert marchó al frente.


Esta foto es, creo, del verano de 1915. En su mirada se nota ya, a pesar de su juventud, que ha visto de cerca los horrores de la guerra. No voy a hacer ahora un repaso de cómo fue la cosa en las trincheras del Somme; creo que su mirada lo resume bastante bien.

Los alemanes utilizaron armas químicas, como es sabido. Si os fijáis, en la foto sale con su máscara antigas en una mano. Aún así, sus pulmones quedaron afectados. Pero sobrevivió.

Su padre, en cambio, murió durante la contienda. No sé cómo ocurrió, pero mi novelesca imaginación me hace ver el negocio yendo de mal en peor a causa de la guerra, con los empleados en el frente, sin suministros, etc. Su negocio hundido, su único hijo metido hasta el fondo en uno de los fregados más peligrosos de la Historia... Veo a un hombre con el corazón hecho polvo, sin esperanza alguna... excepto, quizá, la de reunirse pronto con su esposa.

Cuando la guerra terminó, Robert llegó a una casa vacía. Sus tíos y sobrinos, siempre envidiosos de la posición de su padre, se lo habían llevado todo. La mansión era casi una ruina, el jardín que ur-ur-Wasse había convertido en huerto, abandonado y salvaje. La pasta se había esfumado. No quedaba nada.

Durante la guerra Robert perdió a su padre, perdió su casa, perdió su herencia, su negocio y su salud pulmonar. Pero no se acojonó. No había pasado por la enorme matanza de la batalla del Somme para rendirse ahora.

Se buscó un oficio. Aprendió carpintería. Se especializó en el tapizado de muebles. Un empleado de los ferrocarriles se fijó en él y lo contrató. Conoció a una chica, María. Se enamoraron. Se casaron. Tuvieron una niña, Émilienne. Eran los felices años 20.

Mardi Gras, 1925. De izquierda a derecha: Robert, un amigo travestido, Maria travestida, otro amigo.

La crisis de los años 30 no le afectó demasiado; tenía su oficio y un puesto en una empresa bastante fuerte. Las compañías ferroviarias privadas se fusionaron en 1938, dando lugar a la pública SNCF. Trabajo fijo y de por vida, la hija recién casada... Todo iba bien. O casi todo.

El flamante marido de Émilienne, Albert Mallart, tenía que haber vuelto ya de la "mili", pero volvía a haber ruido de sables en Europa, y los mandos no acababan de decidirse a licenciar a los soldados del último reemplazo... En sus cartas, contaba Albert que no querían soltarles y que la cosa en el cuartel estaba que ardía. Los mandos olían el motín, así que les quitaron las armas y las guardaron bajo siete llaves en el polvorín.

Entonces, Hitler invadió Polonia. Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania. Etc.

Se volvió a liar parda, los alemanes entraron en Francia, llegaron al cuartel donde Albert estaba encerrado y lo tomaron sin la menor oposición. Las armas no habían salido del polvorín, los soldados franceses no pudieron defenderse. Albert tenía un mosqueo del copón, como os podéis imaginar. Y se lo llevaron prisionero a Alemania, donde pasó los siguientes cuatro años. El mosqueo le duró más de medio siglo. «Ah, les sales boches!»

Émilienne estaba desconsolada; imaginaos el percal, embarazada, con su marido prisionero de los alemanes. Pero ur-Wasse, con la empresa que le daba de comer confiscada por el Tercer Reich de los cojones, su país ocupado por los nazis, su yerno en un campo de prisioneros subsistiendo a base de caldo de kartofen... Estaba tan tranquilo. Él lo tenía claro: mientras hay vida, hay esperanza, hay una oportunidad para luchar, luchar para seguir viviendo, vivir para ser feliz algún día. Hay que echarle ganas. No te puedes acoquinar.

Durante la guerra Émilienne y Albert lucharon (cada uno a su manera, con los recursos de que disponían: con habilidad e ingenio) y sobrevivieron. Carecían de casi todo, pero tenían esperanza. Estaban vivos. Lucharon por seguir vivos. Formaron una familia, dieron vida a Eliane, a Monique, a Annick (mi madre), a Alain y a Brigitte. Y no fueron ricos, pero fueron felices.

Ahora tenemos una crisis encima. Mucha gente lo está pasando mal. Pero no es el Somme, señoras y señores. No tenemos a los nazis aplastándonos con su bota asesina, sólo a Pilar Urbano. Y Obama ha ganado las elecciones.

¡Arriba esos ánimos, carajo!