26.7.07

"No hay caminos al Paraíso", de Charles Bukowski.

Como prometí en el canal de IRC del grupo de noticias de Usenet es.rec.ficcion.misc, he terminado de traducir el relato No Way To Paradise, de Charles Bukowski (1920-1994). Aunque no es ninguna maravilla lo he juzgado interesante para vosotros, aunque sea como curiosidad, por ser un relato de corte fantástico escrito por un autor eminentemente realista. A pesar de esto, no deja de ser un relato de Bukowski, con todo lo que ello conlleva.

La obra de Charles Bukowski, tanto en poesía como en prosa, es bastante conocida. El alcohol, la soledad, las mujeres y la alienación laboral son algunas de las constantes de su labor literaria, que realizaba casi siempre con un extremo realismo, a veces cruel, aunque con un tono desenfadado muy característico de su estilo.

He dicho casi siempre porque, en algunas ocasiones, su viaje literario lo llevó, quizá a lomos de algún delirio alcohólico, a adentrarse en el territorio de lo fantástico. Es el caso de No Way To Paradise, una demostración más de que hasta los autores más identificados con el realismo por la crítica, tan propensa a la etiqueta excluyente, han recurrido y recurren a elementos fantásticos cuando les parece. No es un gran relato, pero me ha parecido curioso y, como las traducciones que he encontrado por ahí no me han convencido demasiado, yo mismo me he puesto a la tarea.

No soy traductor profesional y algunas partes me siguen sonando mal, pero bueno... Es lo que hay. :-))

El relato se encuentra en la antología South of No North: Stories of the Buried Life (1975).

Con todos vosotros, mi humilde versión de «No Way To Paradise», por Charles Bukowski.



No hay caminos al Paraíso

Charles Bukowski


Yo estaba sentado en un bar de la Avenida Oeste. Era alrededor de la medianoche y me encontraba en mi habitual estado de confusión. Es decir, ya sabes, nada funciona correctamente: las mujeres, los empleos, los desempleos, el tiempo, los perros... Al final te limitas a sentarte en una especie de estado catatónico y aguardas, como si estuvieras en el banco de la parada del autobús, esperando la muerte.

Bueno, estaba allí sentado y hete aquí que viene una con largo pelo oscuro, un buen cuerpo, tristes ojos marrones... No me volví hacia ella. La ignoré, incluso a pesar de que se había sentado en el taburete que estaba al lado del mío, cuando había otra docena de asientos vacíos. De hecho, éramos los únicos en el bar, aparte del barman. Pidió un vino seco. Luego me preguntó qué estaba bebiendo yo.

—Escocés con agua.

—Póngale un escocés con agua —dijo al barman.

Bueno, eso sí que era raro.

Abrió su bolso, extrajo una pequeña jaula de alambre y sacó de ella a unas personas diminutas, sentándolas sobre la barra. Tenían unos siete u ocho centímetros de altura, estaban vivos y correctamente vestidos. Había cuatro de ellos, dos hombres y dos mujeres.

—Los hacen ahora —dijo ella—. Son caros; costaban unos dos mil dólares la unidad cuando los conseguí. Ahora andan por los dos mil cuatrocientos. No conozco el proceso de fabricación; probablemente es ilegal.

Aquella gente diminuta se paseaba por la superficie de la barra del bar. De repente, uno de los hombrecillos le arreó un sopapo a una de las mujercillas.

—¡Puta! —dijo—. ¡He terminado contigo!

—¡No, George, no puedes! —lloriqueó ella—. ¡Te quiero! ¡Me mataré! ¡Tengo que tenerte!

—No me importa —dijo el hombrecillo; sacó un pitillo diminuto y se lo encendió—. Tengo derecho a vivir la vida.

—Si tú no la quieres —dijo el otro hombrecillo—, yo la tomaré. La amo.

—Pero a ti no te quiero, Marty. Estoy enamorada de George.

—¡Pero es un cabrón, Anna!, ¡un cabronazo!

—Lo sé, pero le amo de todos modos.

Entonces el pequeño cabrón se abrió paso entre ellos y besó a la otra mujercilla.

—Tengo un triángulo en formación —dijo la dama que me había pagado la copa—. Esos son Marty, George, Anna y Ruthie. George es atractivo, muy atractivo. Marty es un poco cabeza cuadrada.

—¿No es un poco triste observar todo eso...? Em, ¿cómo te llamas?

—Aurora. Es un nombre horrible. Pero es el tipo de cosas que, a veces, las madres hacen a sus hijos.

—Yo soy Hank. Pero esto... ¿no es un poco deprimente?

—No, no me deprime ver esto. No he tenido mucha suerte con mis propios amoríos; tengo una mala suerte horrible, la verdad...

—Todos tenemos una suerte horrible.

—Supongo que sí. En todo caso, compré a esta gente diminuta y ahora los observo. Es como tener una relación, sin los problemas que comporta una relación... Pero cuando se ponen a hacer el amor, me entra un calentón espantoso. Entonces resulta difícil.

—¿Son eróticos?

—Muy, muy eróticos. Dios mío, ¡qué caliente me ponen!

—¿Por qué no haces que lo hagan? Quiero decir ahora mismo. Los observaremos juntos.

—Oh, no puedes obligarlos a hacerlo. Tienen que hacerlo por sí mismos.

—¿Con qué frecuencia lo hacen?

—Oh, son bastante buenos. Echan cuatro o cinco a la semana.

Seguían paseándose por la barra.

—Escucha —dijo Marty—, dame una oportunidad. Tan sólo dame una oportunidad, Anna.

—No —dijo Anna—, mi amor pertenece a George. No hay modo de que sea de otra forma.

George estaba besando a Ruthie, magreándole los pechos. Ruthie se estaba calentando.

—Ruthie se está calentando —le dije a Aurora—. Se está calentando, se calienta de veras.

Yo también me estaba calentando. Agarré a Aurora y la besé.

—Escucha —dijo—, no me gusta que hagan el amor en público. Los llevaré a casa y les dejaré hacerlo allí.

—Pero entonces no podré verlo.

—Bueno, sólo tienes que venir conmigo.

—Muy bien —dije—, vamos allá.

Terminé mi copa y salimos juntos del local. Aurora llevaba a las personitas en la pequeña jaula de alambre. Nos metimos en su coche y colocó la jaula entre nosotros, en el asiento delantero. Miré a Aurora. Era realmente joven y hermosa. También parecía buena persona. ¿Cómo podía haberle ido mal con los hombres? Hay tantas maneras de que esas cosas salgan mal... Las cuatro personitas le habían costado ocho mil dólares. Sólo eso por alejarse de las relaciones y no alejarse de las relaciones.

Su casa estaba cerca de las colinas, un lugar de aspecto agradable. Salimos del coche y caminamos hasta la puerta. Sostuve la jaula con las personitas mientras Aurora abría la puerta.

—La semana pasada fui a escuchar a Randy Newman en el Troubadour. Es estupendo, ¿verdad? —me preguntó.

—Sí que lo es.


Entramos en la sala de estar y Aurora sacó a las personitas, colocándolas sobre la mesa de café. Luego fue a la cocina, abrió la nevera y sacó una botella de vino. También trajo dos copas.

—Perdona que te lo diga —dijo— pero pareces un poquito loco. ¿A qué te dedicas?

—Soy escritor.

—¿Vas a escribir sobre esto?

—Nunca me creerán, pero lo haré.

—Mira, George le ha bajado las bragas a Ruthie. Le está metiendo el dedo. ¿Quieres hielo?

—Sí. No, sin hielo. Solo está bien.

—No sé —dijo Aurora—, realmente me pone caliente observarlos. Quizá es por lo pequeños que son. Me calienta de verdad.

—Sé cómo te sientes.

—Mira, ahora George se echa sobre ella.

—Se le ha echado encima, ¿eh?

—¡Fíjate en ellos!

—¡Dios todopoderoso!

Abracé a Aurora. Nos quedamos ahí de pie, besándonos. Mientras lo hacíamos sus ojos iban de los míos a ellos y de vuelta a mis ojos otra vez.

Los pequeños Marty y Anna también estaban mirando.

—Mira —dijo Marty—, van a hacerlo. Nosotros también podríamos hacerlo. ¿Verdad?

—Espero que sí —dijo Aurora.

La eché sobre el sofá y le levanté el vestido hasta las caderas. La besé en la garganta.

—Te amo —dije.

—¿Me amas? ¿Me amas?

—Sí, de algún modo, sí...

—Está bien —dijo la pequeña Anna al pequeño Marty—, podríamos hacerlo también, incluso aunque no te ame.

Se abrazaron en el centro de la mesa de café. Liberé a Aurora de sus bragas. Aurora gimió. La pequeña Ruthie gimió. Marty se pegó a Anna. Estaba ocurriendo en todas partes. Me vino la idea de que todo el mundo lo estaba haciendo al mismo tiempo. Entonces me olvidé del resto del mundo. De algún modo llegamos al dormitorio. Luego me monté en Aurora para una larga y lenta cabalgada...

Cuando salió del baño yo estaba leyendo un cuento aburridísimo de la revista "Playboy".

—Ha sido tan bueno —dijo.

—Ha sido un placer —contesté.

Volvió a la cama conmigo. Dejé la revista a un lado.

—¿Crees que podríamos estar juntos? —me preguntó.

—¿Qué quieres decir?

—Que si crees que podríamos estar juntos por tiempo indefinido.

—No lo sé. Puede pasar de todo. Al principio siempre es más fácil.

Entonces llegó un grito desde la sala de estar.

—Oh-oh —dijo Aurora. Saltó fuera de la cama y salió corriendo del cuarto. Yo la seguí. Cuando llegué ahí, Aurora sostenía a George en sus manos.

—¡Ay, Dios mío!

—¿Qué ha pasado?

—¡Se lo ha hecho Anna!

—¿Qué le ha hecho?

—¡Cortarle las pelotas! ¡George es un eunuco!

—¡Jo!

—Tráeme algo de papel higiénico, ¡rápido! ¡Podría desangrarse hasta morir!

—Ese hijo de puta —dijo la diminuta Anna desde la mesa de café—. ¡Si no puedo tener a George, nadie lo tendrá!

—¡Ahora las dos me pertenecéis! —dijo Marty.

—No, tienes que escoger entre nosotras —dijo Anna.

—¿A cuál prefieres? —preguntó Ruthie.

—Os amo a las dos —dijo Marty.

—Ha parado de sangrar —dijo Aurora—. Está inconsciente.

Envolvió a George en un pañuelo y lo dejó en la repisa de la chimenea.

—Quiero decir —siguió Aurora—, que si no piensas que podemos conseguirlo, prefiero no volver a hacerlo.

—Creo que te quiero, Aurora.

—Mira —dijo—, ¡Marty está abrazando a Ruthie!

—¿Van a hacerlo?

—No sé, parecen nerviosos.

Aurora regogió a Anna y la metió en la jaula de alambre.

—¡Sácame de aquí! ¡Los mataré a los dos! ¡Sácame de aquí!

George gemía en su pañuelo, en la repisa de la chimenea. Marty le quitó las bragas a Ruthie. Atraje a Aurora hacia mí. Era hermosa, joven y tenía entrañas. Podía volver a enamorarme. Era posible. Nos besamos. Caí en el interior de sus ojos. Entonces me levanté y empecé a correr. Sabía dónde estaba. Una cucaracha y un águila hacían el amor. El tiempo era un idiota con un banjo. Seguí corriendo. Su largo cabello cayó sobre mi rostro.

—¡Os mataré a todos! —gritó la pequeña Anna. Se agitaba y armaba barullo dentro de su jaula de alambre, a las 3 de la mañana.

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