Pocas veces visita la sonrisa el barrio bajo de mi rostro, todo humo y hormigón desarmado, geranio polvoriento y roto, estridencia sobre el asfalto, encajado en un gesto hosco cuando nadie me mira, ceñudo, hasta que descubro un rostro amigo que me mira con ojos preocupados por mi mirada de mierda de perro, modelo point blank; entonces viene a mis labios apretados la sonrisa, como una ambulancia del Samur, a tranquilizar a la persona amiga, a desmentir los rumores de odio al universo que la tensión de mis músculos faciales empezaba a divulgar en el espacio entre nosotros.
Pocas veces visita la sonrisa el barrio bajo de mi rostro sofocado, húmedo por el sudor que la recorre y la recubre como una lluvia de verano, transfigurado por la soledad en involuntaria imitación de Hyde, bilis con nariz, ojos, perilla y dientes apretados tras los labios curvados por la rabia; entonces, a veces, recuerdo a Carmen, su cuerpo apretado contra el mío, el arrullo de su voz cascada por el tabaco. Recuerdo la última anécdota de mi hermano, los cariñosos insultos de mi hermana. Recuerdo a mi último maestro friendo lonchas de bonito en su jardín, con aquel delantal. Y la sonrisa vuelve, atraída por el dulce olor de los recuerdos.
Pocas veces visita la sonrisa el barrio bajo de mi rostro oscurecido por el anochecer del gozo por vivir. Leo y, a veces, la vieja sonrisa vuelve, pescadera ambulante, cartera, repartidora de pan y leche en el barrio maldito de mi rostro huraño. A veces, sin embargo, no tengo qué leer; entonces recuerdo los buenos momentos que pasé leyendo; leyendo libros, leyendo artículos, leyendo mensajes en Usenet. A veces rememoro tus palabras y vuelven a brillar como estrellas, surgen de mi memoria regando grietas y adoquines, frescas, limpias, hilos de trefilería de agua suave que lava con ternura inmanente los geranios de mi alma, templando el ambiente. Y la sonrisa llega. Y yo me alegro.
Gracias, tocayo, paisano, por eso y por seguir.
Pocas veces visita la sonrisa el barrio bajo de mi rostro sofocado, húmedo por el sudor que la recorre y la recubre como una lluvia de verano, transfigurado por la soledad en involuntaria imitación de Hyde, bilis con nariz, ojos, perilla y dientes apretados tras los labios curvados por la rabia; entonces, a veces, recuerdo a Carmen, su cuerpo apretado contra el mío, el arrullo de su voz cascada por el tabaco. Recuerdo la última anécdota de mi hermano, los cariñosos insultos de mi hermana. Recuerdo a mi último maestro friendo lonchas de bonito en su jardín, con aquel delantal. Y la sonrisa vuelve, atraída por el dulce olor de los recuerdos.
Pocas veces visita la sonrisa el barrio bajo de mi rostro oscurecido por el anochecer del gozo por vivir. Leo y, a veces, la vieja sonrisa vuelve, pescadera ambulante, cartera, repartidora de pan y leche en el barrio maldito de mi rostro huraño. A veces, sin embargo, no tengo qué leer; entonces recuerdo los buenos momentos que pasé leyendo; leyendo libros, leyendo artículos, leyendo mensajes en Usenet. A veces rememoro tus palabras y vuelven a brillar como estrellas, surgen de mi memoria regando grietas y adoquines, frescas, limpias, hilos de trefilería de agua suave que lava con ternura inmanente los geranios de mi alma, templando el ambiente. Y la sonrisa llega. Y yo me alegro.
Gracias, tocayo, paisano, por eso y por seguir.
[Mañana os contaré algo sobre este humorista cántabro, cuyos relatos podéis encontrar trasteando un poco en Google Groups.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario