El soñador se sumerge en sus pesadillas
como una guajira en busca de perlas.
Emerge al despertar, mojado y jadeante,
con un gemido ansioso al volver al aire.
¿Y cuando emerge deja de soñar?
Creo que sí. Son corrientes, sin embargo, los planteamientos contrarios: ¿Cuándo dejamos de soñar? ¿Soñamos, quizá, que vivimos? Hay quien cree esto; yo no. “Decir que sueño es engaño; / bien sé que despierto estoy”, como dice Segismundo en “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca. Pero antes de comprender que no soñaba, decía Segismundo: «¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño / y los sueños, sueños son.» Y si es así, ¿qué mas da?
A veces, en el sueño, las vivencias pasadas se hacen presentes; memoria viva es el sueño entonces. Y otras veces, el recuerdo de las cosas vividas nos parece algo soñado. Esto Machado (Antonio) lo expresó como pocos.
Coleridge escribió una vez:
«¿Y si durmieras? ¿Y si, en tu dormir, soñaras? ¿Y si, en tu sueño, fueras al paraíso y cogieras allí una rara y hermosa flor? ¿Y si, cuando despertaras, tuvieras la flor en tu mano? Ah, entonces, ¿qué?»
Si esto me ocurriera, supongo que acabaría creyendo que el sueño continúa eternamente: un sueño dentro de otro sueño; tal vez, al cabo, soñado por algún otro, alguien que sueña eternamente el universo. ¡Menos mal que no me ha pasado! :-) Es muy fácil dejarse llevar por la fantasía, pero hay que pensar las cosas con detenimiento. La locura está a la vuelta de la esquina; hay que andar con cuidado por los callejones de la imaginación.
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